dilluns, 7 de març del 2022

Retratos desde el desván, de Montse Pérez

El desván, allá donde guardamos todo aquello que no usamos pero que consideramos demasiado valioso para deshacernos de ello. Porque… ¿qué solemos guardar en un desván? En un desván no guardamos objetos, no; guardamos recuerdos, gua
rdamos momentos, guardamos historias que nos tocan el alma; como las historias que nos cuenta Montse Pérez desde su desván.

En varias ocasiones le dije a Montse —le pedí a Montse— que compartiera con los lectores su talento (que lo tiene, aunque ella no se lo reconozca), porque sería un delito privarnos de las emociones que despierta su escritura y de la profundidad con que construye a sus personajes.

Y lo hizo, sé que se sacudió sus miedos, sé que miró de frente a la pantalla (o a la hoja en blanco, o a la libreta) y sé que se dijo: «¡avanti!» Y menos mal que lo hizo, porque ha escrito una maravilla de libro.

Muchos de los que soñamos con ser escritores, escritoras, nos inscribimos a infinidad de cursos deseando hallar el interruptor que mantenga encendida nuestra inspiración (y nuestra constancia, dicho sea de paso). Montse, nos lo describe así:

Virginia quería escribir. Soñaba con acariciar su nombre impreso en la portada de una novela. Anhelaba que las palabras fluyesen de su mente y conformasen una gran historia, una que conmoviese al lector, que le provocase escalofríos, o le hiciese llorar, o reír, o que le pusiera la piel de gallina, que lo vapulease, que lo sacudiese, que lo hiciera estremecer, lo que fuera con tal de que no quedase indemne después de leerla. Por eso, aunque ya se sabía de carrerilla la teoría —normas, pautas, disciplinas—, continuaba peregrinando por las academias de escritura, buscando alguna fórmula para conseguir que sus historias adquiriesen esa magia que provocaba que el lector sucumbiera ante ellas, pero no lograba encontrarla.

Como buena lectora, Montse hace tiempo que conoce esa magia, y qué bien que la ejerce. Porque al final, la mejor escuela de escritura es la lectura en sí misma, y que la inspiración… la inspiración la llevamos de serie, solo hay que mirar hacia dentro. Y así nos lo cuenta Montse:

Virginia, sumergida de lleno en las páginas de las novelas, experimentó toda clase de emociones, buenas y malas, pero nunca salió indemne de aquellas letras. Aprendió a intuir lo que se escondía detrás de cada frase, significados que iban más allá de lo escrito en el papel, y encontró a la persona que había tras la palabra y la admiró: «¿Cómo era posible lograr aquella conexión con el lector? ¿Cómo unas palabras lograban retorcerle el alma de aquella manera? ¿Cómo conseguían provocar esos vendavales en el ánimo?». Fruto de esta admiración, indagó sobre las vidas de los autores que se habían alzado como sus favoritos, y descubrió cuánto de esas vivencias se había filtrado, de forma consciente o no, disfrazada o abiertamente, en la ficción.  Y, entonces, lo entendió.

Dicho de otra manera, para que el lector vibre, el escritor ha de vibrar al escribir. Y… ¡guau!, cómo nos hace vibrar Montse en cada uno de sus relatos. Porque Montse cuando escribe se desnuda (metafóricamente, claro), desnuda a sus personajes y desnuda al lector. Y es cuando surge la magia de la conexión, «la magia que provoca que el lector sucumba ante sus historias».

Al principio del libro, Montse nos informa de que el nexo de sus cuentos somos nosotros, las personas, todas. Y de que seguramente nos encontremos a nosotros mismos en alguno o varios de los relatos que conforman el libro. A través de la lectura, vamos conociendo a la autora y nos vamos conociendo a nosotros.

Son cuentos que no nos dejan indiferentes, porque Montse logra hacer algo que es muy difícil y que solo los grandes escritores (como ella) saben hacer: y es que, utilizando un estilo claro y sencillo, y exponiendo tan solo un retazo de la vida de sus protagonistas, nos explica la gran historia que hay detrás todos ellos.

Y aun hace otra cosa todavía más difícil: en no pocas ocasiones, usa la ironía y el humor de una forma tan natural que no puedes evitar acabar el cuento con una sonrisa. Pero no una sonrisa cualquiera, no; sino una sonrisa cómplice con el personaje. Porque, aun así, se mantiene la magia de la conexión con el lector.

Quiero acabar con algo que escribió Miguel Delibes, que creo que define muy bien lo que Montse hace cuando escribe; dice así:

Captar la esencia de la persona y apresarla entre las páginas de un libro es la misión del escritor (…), y el libro será tanto mejor cuanto más sincera y profundamente se haga.

La universalidad de un escrito no la impone un enfoque ambicioso ni el hecho de barajar en él encumbrados personajes. La universalidad (…) deriva de la grandeza y penetración con que se observa un pedazo de mundo, por pequeño que este sea, y a través de su interpretación y de un juego bien calculado de reflejos y resonancias, ofrecer una visión del mundo todo, de la vida toda (…).

La universalidad no estriba en dibujar tiempos comunes o estrafalarios, sino en ahondar en la persona y acertar con su última diferencia. Alumbrar el pedazo de mundo que le ha caído en suerte es la más excelsa tarea del escritor.

O como dice Montse: «Para que el lector no salga ileso de la lectura, el escritor ha de acabar con cicatrices al escribirla»